lunes, 24 de junio de 2013

Enfermero viejo y gerontólogo, paciente crónico y terapeuta


Enfermero viejo y gerontólogo,
paciente crónico y terapeuta
  Juguemos a las dos caras del espejo... como la Alicia de L. Carroll, que transitaba a ambos lados.
    La experiencia, la vida, nos hace pasar muchas veces por las dos caras del espejo donde continuamente nos miramos y jugamos a entrar en ese otro mundo, que en ocasiones criticamos o, al menos, se nos hace protagonista y genera nuestra intención de conocer más acerca de él. Sin querer, aterrizamos de lleno en supuestos y contenidos, que en otras ocasiones han suscitado en nosotros mismos críticas e interpretaciones contrarias a las que la vida nos hace cambiar en otras circunstancias y tiempos.
       Somos hijos de una generación donde a la enfermedad se la castiga y persigue como si de una terrible maldición se tratase; y por si eso fuese poco, nos enseñan a enquistar esa enfermedad o paliar sus efectos para, como hacemos con las expresiones del dolor, que ella o nosotros pasemos de largo sin obtener la información que, gracias a ella, nos llega. Disponemos incluso de especialidades que persiguen y aniquilan a los “bichos malos” que forman parte de las afecciones cuando, si observamos a la sabia naturaleza, estos no aparecen y crecen en número si la afección no lo precisa en ese justo momento para normalizar al organismo de la mejor forma y lo más pronto posible para salvaguardar la vida del individuo (a veces son alteraciones de lo que denominamos flora saprófita o habitual de los tejidos).
     En la naturaleza, cuando un animal se lesiona en una persecución o en un salto, su intuición le hace guarecerse en un sitio seguro y respetar el reposo suficiente para que los mecanismos fisiológicos, idénticos a los de los humanos, restablezcan la funcionalidad de las estructuras afectadas y le permitan la vuelta a la normalidad en el tiempo aconsejado según su repercusión y curación. Nosotros, más evolucionados y listos usamos los archiconocidos “anti-“(
--> Antihistamínicos, antiinflamatorios, antihipertensivos, antibióticos, antitusígenos, antifúngicos, etc.), éxito de nuestras más afamadas y remuneradas industrias farmacéuticas mundiales, para reducir o inhibir el proceso fisiológico de curación, reduciendo, entre otras cosas, la sensación de autocuidado en la lectura del dolor, al no respetar el debido reposo; pudiendo así hacer como si no hubiera pasado nada y volver a nuestra vida habitual sin “perder el tiempo”.
            Antes, en la medicina, sabíamos que en la mayoría de las afecciones estaban bien marcadas distintas fases dentro de la misma enfermedad. Equivalente a lo que ahora conocemos en otros términos pero en esas mismas fases, como fase simpática (con sus correspondientes síntomas de boca seca, pulso rápido, sueño alterado, etc.) y la fase parasimpática (con los síntomas contrarios característicos). Luego, después de la afección en sus fases fría y caliente, también denominadas así, se experimentaba la fase de expoliación o cicatrización de las secuelas.
            Hoy, bien “educados” en el arte de esconder, difuminar o suprimir síntomas, nos vemos en la necesidad de encontrar, lo antes y lo mejor posible, algún remedio, técnica o droga para que no nos demos cuenta de las repercusiones y de las enseñanzas de la que la vida nos alerta en su respuestas ante nuestras acciones.
     No, no es cuestión de criticar formas de actuar ante las afecciones o enfermedades, ante los síntomas o los síndromes… Tampoco es cuestión de ver si es más eficiente quitar los síntomas con agujas o con ampollas, con masajes o con ejercicios, es un llamamiento para acercarnos más a la naturaleza, a nosotros mismos; a aprender que las enfermedades no son un castigo de Dios, una papeleta de tómbola equivocada o un mal resultado de las estadísticas. Es más bien alertar de que somos los verdaderos protagonistas de nuestras crisis físicas y emocionales, que tenemos derecho a saber de sus causas y de sus consecuencias para extraer el debido aprendizaje de ellas.
            Los terapeutas debemos acercarnos al estereotipo de ser, ante el paciente, como un espejo, donde en cada sesión con nosotros, aprenda de sí mismo lo mejor y lo máximo posible, saque sus eficientes conclusiones de cómo le llega su enfermedad, cómo puede entenderla mejor para evitarla y, sobre todo, cómo puede aprender a prevenirla si es que es eso lo que verdaderamente desea. Esta propuesta choca de lleno con el modelo que aun nos queda en muchas salas de espera, donde el sanitario es el protagonista de las afecciones, el que triunfa si el paciente mejora y, lastimosamente, echa la culpa fuera cuando esto no sucede.
            No podemos ni debemos, como sanitarios del nuevo siglo, atribuirnos los éxitos o fracasos de las evoluciones de los pacientes, solo acompañarlos en sus afecciones, en sus roces con la vida (física, mental y social) que es lo que llamamos los síntomas; permitir que se vean, se conozcan, lo mejor posible y entiendan, cada uno en su nivel de conciencia, la información de que la vida les aporta al margen de sus repercusiones.
            Y como dolientes, enfermos o pacientes, vivamos con más intensidad nuestras propias vidas, prestando más atención al yo, al nosotros y al presente. Dejando de lado los observatorios de vidas ajenas, cada vez más exitosos en las cadenas televisivas; las rencillas y diferencias que nos hacen sentir ajenos al que tenemos al lado, los viejos rencores del pasado y las excesivas preocupaciones hacia el futuro… Vivamos con intensidad nuestro momento presente y demos gracias por todas y cada una de las señales (a veces también llamadas síntomas o enfermedades) que nos da la vida y permiten que nos conozcamos más y mejor. El mejor espejo somos nosotros; el mejor entorno es la naturaleza.
           
            En alusión a un hermano ya ausente, “ahora tenemos más cáncer porque hay menos confesionarios”; contribuyamos al autoconocimiento en cualquiera de las posibles vías por donde este se pueda potenciar: educación, salud, amistades, etc., y apostemos por el nuestro para dar un continuo ejemplo.

oooOOOooo



José Martínez Florindo
Gerena, Junio de 2013

jueves, 18 de abril de 2013

Interferir en las mentes y la emociones humanas... 
como extraído de ciencia ficción.

Quizás nos creamos tan autosuficientes y únicos que lleguemos a pensar que ostentamos el escalafón superior de la humanidad, que pertenecemos solo y exclusivamente a nuestros proyectos; e incluso que somos libres Y claro, podemos seguir con esa venda en los ojos y así contribuir a un orden superior que no forma parte de nuestras verdaderas aspiraciones como humanos: ser felices.
Sichuan, Chile, Haití... esas casualidades que no hacen más que continuar, desgraciadamente tergiversado, el proyecto de Nicola Tesla.

jueves, 21 de febrero de 2013

MEDITAR EN UN MINUTO

El ABC del autoconocimiento... comencemos por algo sencillo, efectivo y necesario.